O ódio ao índio
Como una espesa niebla nocturna, el odio recorre vorazmente los barrios de las clases medias urbanas tradicionales de Bolivia.
matar collas, y si en el camino se les cruza alguna mujer de pollera, la golpean, la amenazan y la conminan a irse de su territorio.
Todo explotó el domingo 20 cuando Evo Morales ganó las elecciones con más de 10 puntos de diferencia sobre el segundo, pero ya no con la inmensa ventaja de antes ni el 51 por ciento de los votos. Fue la señal que estaban esperando las fuerzas regresivas agazapadas, desde el timorato candidato opositor liberal, las fuerzas políticas ultraconservadoras, la OEA y la inefable clase media tradicional.
Los policías habían mostrado durante semanas una indolencia e ineptitud para proteger a la gente humilde cuando eran golpeados y perseguidos por bandas fascistoides; pero a partir del viernes, con el desconocimiento del mando civil, muchos de ellos mostrarían una extraordinaria habilidad para agredir, detener, torturar y matar a manifestantes populares.
Alvaro García Linera – Vicepresidente de Bolivia en el exilio
Ha sido el rechazo a la igualdad, es decir, el rechazo a los fundamentos mismos de una democracia sustancial.
Los pasados 14 años de gobierno, los movimientos sociales han tenido como principal característica el proceso de igualación social, reducción abrupta de la extrema pobreza (de 38 a 15 por ciento), ampliación de derechos para todos (acceso universal a la salud, a educación y a protección social), indianizacion del Estado (más de 50 por ciento de los funcionarios de la administración pública tienen una identidad indígena, nueva narrativa nacional en torno al tronco indígena), reducción de las desigualdades económicas (caída de 130 a 45 la diferencia de ingresos entre los más ricos y los más pobres), es decir, la sistemática democratización de la riqueza, del acceso a los bienes públicos, a las oportunidades y al poder estatal.
La economía ha crecido de 9 mil millones de dólares a 42 mil millones, se amplió el mercado y el ahorro interno, que ha permitido a mucha gente tener su casa propia y mejorar su actividad laboral. Pero entonces esto ha dado lugar a que en una década el porcentaje de personas de la llamada clase media, medida en ingresos
haya pasado de 35 por ciento a 60 por ciento, la mayor parte proveniente de sectores populares, indígenas.
Se trata de un proceso de democratización de los bienes sociales mediante la construcción de igualdad material, pero que inevitablemente ha llevado a una rápida devaluación de los capitales económicos, educativos y políticos poseídos por las clases medias tradicionales.
Si antes un apellido notable o el monopolio de los saberes legítimos o el conjunto de vínculos parentales propios de las clases medias tradicionales les permitía acceder a puestos en la administración pública, obtener créditos, licitaciones de obras o becas, hoy la cantidad de personas que pugnan por el mismo puesto u oportunidad no sólo se ha duplicado, reduciendo a la mitad las posibilidades de acceder a esos bienes; sino que además los arribistas
, la nueva clase media de origen popular indígena tiene un conjunto de nuevos capitales ( idioma indígena, vínculos sindicales) de mayor valor y reconocimiento estatal para pugnar por los bienes públicos disponibles.
Se trata por tanto de un desplome de lo que era característico de la sociedad colonial, la etnicidad como capital, es decir, del fundamento imaginado de la superioridad histórica de la clase media sobre las clases subalternas, porque aquí en Bolivia la clase social sólo es comprensible y se visibiliza bajo la forma de jerarquías raciales. El que los hijos de esta clase media hayan sido la fuerza de choque de la insurgencia reaccionaria es el grito violento de una nueva generación que ve cómo la herencia del apellido y la piel se desvanece ante la fuerza de la democratización de bienes.
Aunque enarbolen banderas de la democracia entendida como voto, en realidad se han sublevado contra la democracia entendida como igualación y distribución de riquezas. Por eso el desborde de odio, el derroche de violencia, porque la supremacía racial es algo que no se racionaliza; se vive como impulso primario del cuerpo, como tatuaje de la historia colonial en la piel. De ahí que el fascismo no sólo sea la expresión de una revolución fallida, sino, paradójicamente, también en sociedades poscoloniales, el éxito de una democratización material alcanzada.
Por ello no sorprende que mientras los indios recogen los cuerpos de cerca de una veintena de muertos asesinados a bala, sus victimarios materiales y morales narran que lo han hecho para salvaguardar la democracia. Pero en realidad saben que lo que han hecho es proteger el privilegio de casta y apellido.
Pero el odio racial sólo puede destruir; no es un horizonte, no es más que una primitiva venganza de una clase histórica y moralmente decadente que demuestra que detrás de cada mediocre liberal se agazapa un consumado golpista.
Fonte: La Jornada